Oana Stanescu (Rumania, 37 años) es una de las grandes referencias europeas para la arquitectura más alternativa, alguien que nunca ha dejado de buscarle tres pies al gato en sus aventuras: ya fuera una gigantesca piscina en Nueva York, proyectos para Nike o el festival de Coachella. Ha viajado por todo el mundo, trabajado para los mejores (SANAA en Tokio; Herzog & de Meuron en Amsterdam; REX en Nueva York) y cambiado el significado de la palabra colaboración todas las veces que la ha parecido oportuno. Es, además de nómada, una presencia única en un ámbito de abrumadora presencia masculina.
Stanescu arranca su entrevista con ICON Design recordando que vivió en Sevilla y que echa de menos su comida, pero enseguida entra en materia cuando se le recuerda su primer gran éxito: la primera tienda de la marca Off-White en Hong Kong. “Fue la primera de Virgil [Abloh]. En aquella época [2016] yo trabajaba con un estudio de arquitectura llamado Family, con mi socio Dong-Ping Wong. Así que nos vimos en Hong Kong, una ciudad en la que ya había estado y me resultaba familiar, fuimos de tiendas y hablamos mucho. Pronto llegamos a la conclusión de que la tienda no tenía que ser un mero espacio en el que vender cosas: tenía que ser un lugar que representara a Virgil y a la esencia de la marca, porque nada es neutral, todo tiene un significado”, cuenta la arquitecta. Así fue cómo decidieron dedicar un tercio de la tienda a un jardín. “Queríamos dar ese espacio a la ciudad, invitarles a entrar. A cualquier otro le hubiera parecido una locura, pero Virgil enseguida vio y entendió el poder del gesto”.
La rumana llegó a Abloh, actual direcrtor creativo de las linea masculina de Louis Vuitton, después de haber trabajado con uno de los cerebros más inquietos del mundo del espectáculo: el mismísimo Kanye West. “Yo trabajaba en OMA [Office por Metropolitan Architecture, la firma de otra superestrella del sector: Rem Koolhas] y él llegó con el proyecto de Cruel Summer, para el que se necesitaban siete pantallas de cine. Me sorprendió muchísimo su confianza en la gente, lo mucho que se exponía. Recuerdo que le encontré en París con unos amigos y nos invitó a todos a pasar un rato con él. Es alguien a quien le encanta la conversación, a pesar del ruido que se genera a su alrededor. Pero, sobre todo, me acuerdo de una de las primeras reuniones que tuvimos en Nueva York, en OMA. Iba a ser una reunión breve y al final nos pasamos dos o tres horas. A Kanye le gusta la arquitectura y nosotros salíamos y volvíamos de la sala con libros y más libros”, recuerda Ostanescu.
La arquitecta tiene su propia teoría sobre un tipo con el que ha seguido trabajando, incluyendo su mítico Yeezus Tour, y explica el porqué del carácter de West: “Creo que su confianza en la gente, la tendencia a apoyarse en otros, tiene que ver con el proceso colaborativo de la música. El hecho de que alguien añada un verso a los tuyos, de que alguien quiera hacer algo contigo. Así que, en general, trabajar con Kanye fue un enorme proceso de aprendizaje”, concede.
Ahora, Ostanescu vuela en solitario con su propio estudio, sueña con la piscina gigante que un día prometió que flotaría en el río Hudson, pegado a Manhattan y da clases en la Universidad de Harvard. “Soy la persona menos inteligente en esas clases, y estoy encantada. Doy clases desde hace mucho, pero creo que ahora estoy allí en el momento perfecto porque me permite ver el mundo que tengo alrededor y confrontarlo en lugar de evitarlo. Y eso es algo que no puedes hacer desde una oficina”.
La arquitecta reconoce que se relaciona con sus estudiantes como si fueran colegas de los que tiene mucho que aprender. “Quizás no tienen la experiencia, pero como solía decir un amigo, que a su vez citaba a alguien: ‘La experiencia es una estafa”. Stanescu confiesa que no se conforma con sumergir a sus alumnos en la teoría arquitectónica y que trata de romper el ciclo de inmediatez del que estudia y empieza sus prácticas en un gran estudio en el que aspira a quedarse: “Para mí es un intercambio maravilloso. Así que trato de exponerlos a la realidad, hablar de esa presión, de las ideas preconcebidas, de las expectativas y trato de convencerles de que empiecen a confiar en sí mismos”.
Y para acabar, la piscina, o para ser más exactos: la primera piscina flotante del mundo. Stanescu toma aire. “Todo empezó en 2010, con Family y Dong-Ping Wong. Éramos muy jóvenes y nos gustaba mucho la idea de crear una piscina en el Hudson. Hay que tener en cuenta que Nueva York es un lugar rodeado de agua, pero que no se relaciona con ella. Y es una pena, especialmente en verano. Lo que sucede con este proyecto es que no es un barco, o un edificio. Innovar siempre es complicado. Cuando nos lo planteamos había gente interesada en hacerlo y aún sigue habiendo muchas personas emocionadas con el tema. Creo que en cierto modo, este proyecto es un reflejo de lo que somos: si hubiésemos intentado hacer algo así hace 20 años, lo único que hubiéramos conseguido es acabar en las páginas de alguna revista de arquitectura francesa”.